domingo, 29 de abril de 2012

Una tarde de verano en "El séptimo sello"


"Sentados aquí con vosotros, qué irreales y lejanas parecen esas cosas. Siempre recordaré este día, esta paz, las fresas, el cuenco de leche, vuestros rostros iluminados por la luz del atardecer, Mikael tan dormido, y Jof con su laúd. Conservaré el recuerdo de nuestra conversación. Me bastará ese recuerdo, como una revelación"...

sábado, 28 de abril de 2012

Madrid y yo bajo la lluvia


Odio los paraguas. No le tengo mucha estima a las capuchas, pero odio los paraguas. Y no me gusta cuando llueve pero no llueve. Esa lluvia "perro del hortelano", ese vapor manchado del gris de las aceras. Las colillas se ahogan en los charcos, y anhelo un cristal rociado tras el que ver pasar la tarde. La ciudad bajo la lluvia siempre está en blanco y negro, como las películas antiguas, en escala de grises. Y yo quiero una gabardina y un sombrero, y quiero bailar como Gene Kelly mientras la Luna se desangra en lágrimas de plata sobre la calle. Llueve sobre todos, pero el agua solo moja a los hambrientos, a los olvidados, a los cansados...

viernes, 13 de abril de 2012

Aquella mañana de abril (26 años del desastre de Chernóbil)

El año pasado escribí las siguientes líneas sobre aquellos tres voluntarios que se sacrificaron conscientemente para vaciar las piscinas reactivas de la central de Chernóbil (Chernobyl), salvando así a la humanidad de un invierno nuclear:


Aquella mañana de abril (a los héroes de Chernobyl)

Aquella mañana,
era una mañana de abril,
apuraron el vodka los tres.
No faltaron pasos adelante,
pero tres eran suficientes
para el mar de plástico.
A la hora de la muerte
ya caminaban por el vientre
de plomo fundido,
entre los últimos días de Pompeya.
Antes de entrar
ya estaban muertos.
Cada respiración asistida
acercaba el residuo,
residuo de bala de plata
que mata al lobo y al hombre.
En el desierto férrico,
la distopia se desmelenaba,
y los tres,
sin rostro,
como relojeros entre ruedas dentadas,
revivían un mundo Lázaro,
un cuerpo agonizante y fluorescente,
y oxidado.
Eran tres,
pero eran muchos,
pues eran todos,
y con botas de goma
se inmolaron,
pecho abierto hacia el ocaso.
Hijos de la mitología de un dios menor,
héroes casi griegos y sin nombre
en la soviética estepa libertaria.
Solo eran tres,
y ni los cuervos se reían a su paso,
hasta la muerte sufrió un nudo en la garganta,
pues vio al hijo del hombre hacerse inmenso,
titánico a la hora del silencio.
Y silencio sobraba,
silencio de incoherencia atronadora
para tres hombres con piel de astronauta.
Aquella mañana,
era una mañana de abril,
apuraron el vodka los tres.
No faltaron pasos adelante,
pero tres eran suficientes
para el cielo de ceniza de plutonio.

©Ángel Codón Ramos, 2011, 2012

domingo, 8 de abril de 2012

De regreso a la capital

La calle de Santa Clara bajo la lluvia, jueves santo en Zamora...

Tras una Semana Santa pasada por agua en Zamora, estoy de vuelta en la capital. Por delante una semana con mucho trabajo por hacer. Hay que ponerse las pilas para entrar de lleno, ahora sí, en el segundo trimestre del año...

lunes, 27 de febrero de 2012

Mis poemas favoritos: Poema para mi muerte (Julia de Burgos)

Poema Para Mi Muerte (Julia de Burgos)

Ante un anhelo.
No morir conmigo misma, abandonada y sola, en la más densa roca de una isla desierta. En el instante un ansia suprema de claveles, y en el paisaje un trágico horizonte de piedra.

Mis ojos todos llenos de sepulcros de astro, y mi pasión, tendida, agotada, dispersa. Mis dedos como niños, viendo perder la nube y mi razón poblada de sábanas inmensas.

Mis pálidos afectos retornando al silencio ¡hasta el amor, hermano derretido en mi senda! Mi nombre destorciéndose, amarillo en las ramas, y mis manos, crispándose para darme a las yerbas.

Incorporarme el último, el integral minuto, y ofrecerme a los campos con limpieza de estrella doblar luego la hoja de mi carne sencilla, y bajar sin sonrisa, ni testigo a la inercia.

Que nadie me profane la muerte con sollozos, ni me arropen por siempre con inocente tierra; que en el libre momento me dejen libremente disponer de la única libertad del planeta.

¡Con qué fiera alegría comenzarán mis huesos a buscar ventanitas por la carne morena y yo, dándome, dándome, feroz y libremente a la intemperie y sola rompiéndome cadenas!

¿Quién podrá detenerme con ensueños inútiles cuando mi alma comience a cumplir su tarea, haciendo de mis sueños un amasijo fértil para el frágil gusano que tocará a mi puerta?

Cada vez más pequeña mi pequeñez rendida, cada instante más grande y más simple la entrega; mi pecho quizás ruede a iniciar un capullo, acaso irán mis labios a nutrir azucenas.

¿Cómo habré de llamarme cuando sólo me quede recordarme, en la roca de una isla desierta? Un clavel interpuesto entre el viento y mi sombra, hijo mío y de la muerte, me llamarán poeta.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Mis poemas favoritos: Epitafio para Joaquín Pasos (Ernesto Cardenal)

Epitafio para Joaquín Pasos (Ernesto Cardenal)


Aquí pasaba a pie por estas calles,
sin empleo ni puesto y sin un peso.
Sólo poetas, putas y picados
conocieron sus versos.

Nunca estuvo en el extranjero.
Estuvo preso.
Ahora está muerto.
No tiene ningún monumento...

Pero
recordadle cuando tengáis puentes de concreto,
grandes turbinas, tractores, plateados graneros,
buenos gobiernos.

Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
en el que un día se escribirán los tratados de comercio,
la Constitución, las cartas de amor,
y los decretos.

jueves, 16 de febrero de 2012

Alas de mariposa

Alas de mariposa

Bailaron en el aire generando un estallido de color,
un arco iris onírico.
Suspendidas en el viento como fábulas antiguas.
Unos cuantos segundos muy largos.
Luego se perdieron como un espejismo.
Un reflejo.
Un efecto óptico de sangre caliente y trote de unicornio.

"Alas de mariposa", poema incluido en Grávido y mortal. Descárgalo gratis pulsando aquí.

domingo, 5 de febrero de 2012

Superdetective en Hollywood



Este post está dedicado a Urdangarín y Paco Camps, por ser ellos mismos.

Qué bien nos vendría Axel Foley, el policía de Detroit al que daba vida Eddie Murphy en la saga ochentena, viendo cómo están las cosas. Políticos/asesinos y corruptos por todas partes, lo mismo en el norte que en el sur, oscuras tramas de intereses más ocultos todavía que nos hacen rogar al cielo para que nos envíe a los G.I.Joe a aligerar un poco las cosas.

Por cierto, los de Los Ángeles son angelinos, los de Nueva York son neoyorquinos, pero, ¿cómo coño se les dice a los de Detroit? ¿Detroinos? ¿Detroitanos? ¿Y a los de Chicago? A nadie parece importarle, pero a mí hay veces que me quita el sueño. Debo ser tonto, y lo que no soy es listo.

Debo ser tonto, porque cuando veo los telediarios me parece estar viendo una película, unas cuantas, que se repiten. Me parece ver una bélica, otro día una comedia, otro día creo que es una gore, una de serie B… Parece que pedir al cielo que nos envíe un héroe es como sembrar en el desierto.
Axel mola, porque lleva una cazadora muy chula, un bigote molón, y hace chistes grandiosos en los momentos más oportunos. Además lleva pistola, y zapatillas de deporte. Y es negro, negro de los 80. Ahora los negros americanos son lo más normal del mundo, pero en los 80 molaban un montón. Por alguna razón, para que un afroamericano pudiera llevar una pistola, una placa, y matar a algún blanco (eran malos, pero blancos) en los 80, tenía que hacer chistes. Los blancos podían ir de duros, secos y misteriosos, hombres torturados que bebían whisky sobre interminables solos de saxofón. Afortunadamente para Denzel Washington (y para los amantes del porno americano), las cosas cambiaron…
Eddie Murphy es uno de los grandes íconos de mi niñez. El príncipe de Zamunda, Superdetective en Hollywood, El chico de oro… Siempre salvaba la situación con un chiste. Terminaba con los malos física y mentalmente. Les vencía dos veces, al pararles los pies y al burlarse de ellos. Y Twitter jugó a matarlo ayer mismo. Sí, lo daban por muerto. Así se las gasta la red, no perdonan ni una siesta larga.
Pero las burlas ahora son para nosotros. Para todos. Se nos ríen en la cara. Se ríen los jueces, los medios, los políticos, los empresarios, los sindicatos, los patrones y los obreros. Todos se ríen como si supieran algo. Como si solo ellos lo supieran. Pero todos lo sabemos. Conocemos el juego. Nos sabemos el final del chiste. Y llegado el momento, más vale que venga Chiquito de la Calzada a contarlo, porque con él lo que importa no es el chiste, sino la manera de contarlo.
Mientras los trepas y los miserables ensayan ante el espejo un “te das cuen”, imagino que Axel Foley se deja caer por el mundo real. Pero este mundo podría con él, mataría su espíritu, le quitaría las ganas de hacer chistes. Axel Foley se tomaría una baja por depresión y empezaría a beber. Tiraría a la basura la placa de policía que le regaló Sidney Poitier, y se pegaría un tiro en la sien al despuntar el alba. ¡Hijos de puta, han matado a Foley! Y es que esta vida cada vez se parece más a South Park, pero en malo…

viernes, 3 de febrero de 2012

Más de 100 mentiras


Y un millón de verdades.

Mis primeros recuerdos musicales son las voces de Sabina y de Serrat. Cuando todavía no sabía hablar ya balbuceaba canciones del flaco. A todas horas, una y otra vez, alternaba en el tocadiscos el vinilo de Cuentos Infantiles ("Yo soy un hueso del pobre Hans, el escudero de un vil señor, que con mi muerte quiso ocultar, que fui yo aquel quien mató al dragón) y el de El hombre del traje gris. Literalmente destrocé agujas y agujas del tocadiscos por el uso. Y Sabina tuvo mucha culpa. Por lo tanto, es una persona que siempre ha estado ahí, desde siempre, como uno más de la familia, y más cercano que muchos. Es comprensible que la primera vez que escuché que estaban preparando un musical sobre él echara a temblar.

Me coloqué una cota de malla de escepticismo. Bueno, o una armadura de placas. Pero aun así tenía que ir a verlo. Y además tenía que sentarme en la mejor butaca del teatro. Y allí me senté, altivo y convencido de mi sabiduría. Pensando en lo mucho que me iba a arrepentir de haber ido allí, contando todos los muerto en los que me iba a cagar al salir. Compré el programa, le eché un vistazo y sonreí satisfecho. Mi ignorancia no tenía límites, y lo iba a demostrar. "Pero si sale el gilipollas de Los Serrano", "¡Hostias, Benavides!", "Pero bueno, si este es el mongólico de Días de fútbol...".  Más listo que nadie. Más tonto que cualquiera.

Y entonces empezó. Sonaron los primeros acordes y Víctor Massán comenzó a recitar, seguro de sí mismo, comiéndose la escena, y mi alma. La armadura de escepticismo me la quitó de dos hostias, y ya desnudo, entregado, seguí recibiendo como un boxeador vencido, deseando recibir el golpe final que me mandara a la lona. Comenzó la magia, la picaresca, la poesía a punta de navaja, los culos turgentes que recitan a Lope de Vega, la risa sin vergüenza ni culpa, la lágrima viva...

El magnetismo de Víctor Massán, un animal salvaje con una cadena de hierro al cuello que se mete todo el ecosistema que lo rodea en el bolsillo, fuerte y lleno de vida, por muy irónico que suene esto a los que han visto la obra, sudando sangre, y magia; la clase de Juan Pablo di Pace, cantando y bailando, y dejándome sin recursos, sin dejarme ni un solo centímetro de terreno para recular; Guadalupe Lancho, siendo absolutamente deliciosa, como una princesa Disney en horas bajas; Alex Barahona, poniéndome en mi sitio; Juan Carlos Martín, robándome una sonrisa y dos lágrimas, y haciéndome infinitamente feliz; Diego París, disfrazándose de tonto del siglo de oro, robando escenas con un genial talento; el malvado Felipe Vélez, helando la sangre de todos los que nos encontrábamos en los gélidos alrededores del Darlings; y del genial elenco de bailarines, no sé mucho de esto, pero me pareció imposible juntar más profesionalidad y calidad, haciendo especial mención a la sensacional Marta Torres, que se mete todas las escenas de baile en el bolsillo, obligándote a seguirla con la mirada, y todas, y ninguna, y la luces de neón, y el vapor, y los tejados...

Yo solo había visto musicales en cine. Me gusta el género, pero no concebía verlos allí donde debían estar. ¿Gente cantando y bailando en directo delante de mí con micros como Britney Spears? No gracias... Ángel, cállate, por favor. Dicen que rectificar es de sabios, entonces debo ser muy sabio. Pero no creáis que soy completamente estúpido, absolutamente gilipollas, no, pues me encanta sorprenderme, quedarme fuera juego, y sobre todo, aprender cosas nuevas, que el mundo me demuestre que todavía existen cosas que no conozco y que merecen la pena. Sé que las hay, pero ya no lo pongo tan fácil. Estoy un poco asqueado, pero solo los lunes. Estoy volviendo a creer, como si me hubiera afectado una infección Obama de holograma.

Hace ya más de un mes que vi la función. LA FUNCIÓN. Pero para mí no ha terminado. Me persigue por las noches, se esconde en los portales. Es una amante que no quiere volver a abrirme su cama. Me utilizó, me dejó vacío por un momento, se llevó todo, pero luego me dejó mucho más, una especie de virus que sigue creciendo. Cuando terminaba, la función me miró a los ojos y me dejó helado y ardiendo, susurrándome una frase al oído. Mientras todo el público estallaba en aplausos, yo, hipnotizado, escuchaba algo que nadie más oía:

”En mi casa no hay nada prohibido
pero no vayas a enamorarte,
con el alba tendrás que marcharte,
para no volver.
Olvidando que me has conocido
que una vez estuviste en mi cama…
hay caprichos de amor que una dama
no debe tener”.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Viruete & Fox (Pan con chocolate)

José Viruete y Paco Fox. El primero me ganó desde un principio. Fui suyo desde el primer te quiero (palabras dichas siempre con el cuerpo girado hacia la salida, en plan femme fatale). Al segundo fui asimilándolo poco a poco, como cuando empiezas a beber cerveza en los tiernos años de juventud y, con el tiempo, ya no puedes sentarte en un bar sin tener una en la mano. Un extraño dúo digno de una producción italiana de los 80 de Ruggero Deodato. Son la jet set de las absurdas minorías, la aristocracia de los pobres con guantes de vagabundo (esos que llevan recortados las puntas de los dedos). Pero sobre todo son muy necesarios.

Ácratas de lo correcto, clásicos con careta de Bogart y pijama de Terry Gilliam (y calzoncillos de corazones, de los de pata ancha). Son el pueblo que habla, el pueblo miserable, pero pueblo al fin y al cabo. Son la épica de lo chusco, tienen banda sonora rock de los años 80, sonando a entrenamiento de Rocky (o de cualquier otro). Y ahora nos invitan a reírnos de todo con su programa de TV Cinebasura, en los días de "Mentiras y gordas", cuando toda esperanza parecía desvanecerse en la distancia en estos días de falsa trascendencia y tetas sin sabor.

Son los príncipes del Internet patrio de Tod Browning, defensores de la luz que habita en las películas pirata chinas de kung fu que son copias de copias de películas malas chinas de kung fu, orcos borrachos en un mundo de elfos embadurnados en aceites esenciales. Son aquello que se agiganta sobre el alcor lejano de un poema de Machado, la sombra de un centauro flechador. Son chopped 5 jotas, el mejor muñeco de toro bravo que se vende como souvenir en Sol, la mejor cámara falsa con diapositivas de la Manga del Mar Menor, la mejor copia barata de una película de Disney.

Sus siluetas de personaje de cómic de Will Eisner bien podrían haber llenado páginas y páginas de la Metal Hurlant. Representan el más puro anhelo de felicidad de un niño, sin red, sin remordimientos ni cuentas pendientes. Reivindican el derecho a hacer el tonto, a pintar con los dedos y comer con las manos. Son como mezclar la plastilina, como dibujar en la pared, como visionar furtiva e ingenuamente una peli porno por primera vez, como la peor película de Chuck Norris o de Michael Dudikoff. Diversión a un nivel de pan con chocolate.

martes, 24 de enero de 2012

Valientes (Fragmento de mi novela "Los días de púrpura y celeste")


Aquel día me levanté como nuevo, fresco como una rosa y dispuesto a retomar las riendas de mi vida. Empecé a solapar tímidos bostezos hasta que por fin conseguí desperezarme del todo. Había dormido bien por primera vez en mucho tiempo. La ropa olía a limpia, o por lo menos no olía mal, y la luz velada del invierno iba dando paso paulatinamente al deshielo urbano de la primavera. Se oía piar a algunos pájaros, a pesar de la ausencia de árboles, y los sonidos rutinarios de la ciudad parecían llenos de vida, de risas de niños y brisas cálidas, contrastando con los frenazos y los gritos de días más fríos.

Estaba tranquilo. Podría decirse que me encontraba en paz, pero suena demasiado grandilocuente y profundo. El caso es que me encontraba bien. Tanto, que casi me dio miedo, ya que no había estado así desde que Ana había salido de mi vida, y solo entonces. A esas alturas, el fantasma de mi creación ya no me acechaba. De vez en cuando recordaba con tristeza la manera en la que la había desaprovechado. Había dilapidado todo la esencia que quedaba de cuando solo era fantasía. Había malgastado los sueños, uno de los peores crímenes que se pueden cometer. Pero los dedos de seda tornados en manos huesudas de leyenda, ya no alcanzaban mi almohada ni podían atormentarme desde las sombras. Había sido liberado de mi propia condena. Podía seguir hacia delante, aunque de vez en cuando miraba un banco vacío y la dibujaba a ella, sentada, ajena a la velocidad maldita de la memoria, extraña para los ajados corazones que quedan cuando todos somos antepasados. Pero ahora lo hacía de una forma diferente, completamente limpia y nostálgica, ajena al deseo.

Mi imaginación se había secado. La desertización se había extendido por mi mente de una manera casi global e irreversible. Pero me encontraba tranquilo, como un lobotomizado. Dicen que un día dejas de jugar. De la noche a la mañana te has convertido en un ser complejo que ya no tiene esa necesidad. El peso del mundo consigue romper la resistencia de tu exoesqueleto de ingenuidad y rebeldía, colocándote la cadena de la tristeza en el cuello, pegándote una etiqueta con tu número de identificación en la frente y la cantidad de pasos que puedes dar junto con la dirección en la que deben ser andados… De igual forma, dicen que un día dejas de querer, de repente, sin un por qué… Así de simple es el proceso que nos convierte en ese tipo que nunca quisimos ser. Yo me negaba a dejarme coger tan fácilmente. Todavía me quedaba un poco de batería en el cuerpo, y no podía permitir que los agentes secretos de la tierra de los hombres grises me hicieran prisionero. No era por amor o por idealismo, lo hacía para que esa panda de vampiros sentimentales se quedara con las ganas. Para que esos seres que un día tuvieron sueños y bombearon sangre, se quedaran con un palmo de narices al ir a robarme lo que me quedaba de humanidad. Porque yo tenía claro que ellos no iban a tener clemencia ni empatía; porque sabía que tampoco yo la tendría el día que cruzara la línea y me convirtiera en uno de ellos; porque no hay peor envidia que la de aquel que mira atrás con rencor para ser consciente de todo lo que un día dejó y que ya no volverá: la carcajada excesiva y pura, la ausencia de pudor o corrección política, la continua sensación de descubrimiento…

Afortunadamente, el episodio de Ana me había reactivado, para mal o para bien. Todavía me quedaba un buen puñado de nocivos vicios con los que malgastar mi vida y sentirme vivo. Todavía llevaba un cigarrillo pegado en los labios. Aun me movía como el protagonista de un western crepuscular, caminando lenta pero inexorablemente hacia mi final con la certeza de que en algún momento llegaría ese último paso. El último viaje, a lomos de un corcel espectral que respira fuego sobre sus negras patas. El atardecer naranja y ardiente abrasando el horizonte que marca la situación de lejanos pueblos. El frío de la noche en la cara curtida. Perseguido, exiliado… El valiente no es aquel que se abalanza sobre lo desconocido, sino el que sabiendo la certeza de un final, de un momento postrero, no tuerce el gesto y se ríe de su destino. Llegado el momento solo se presentan dos opciones válidas: morir con honor, o vivir con gloria…

"Los días de púrpura y celeste", Ángel Codón Ramos. Descarga gratuita, pulsa aquí.

lunes, 16 de enero de 2012

Sobre suelo resbaladizo


Cae el frío en Madrid, y la llovizna dispersa cristaliza desde Sol hasta preciados, y en Moncloa se convierte en aurora. Las calles, que suben, expulsan las suelas de goma, y el día, distraído, se afila los colmillos medio dormido en una hamaca metálica mientras marea un termo de café con hielo. Es la hora de la nieve ausente, mientras Freddie, en mi repisa, levanta el puño, incitando a un público invisible intramuros, en este estado policial en horario de oficina.

Con los reflejos espectrales de una navidad indigente, las avenidas se han llenado de vacío, del tic tac de los relojes, del viento que sopla. El gris en las aceras, en los trajes y en los rostros. Un helado desafía la coherencia añil de las Instamatic de enero. Las bufandas se agarrotan y, los segundos, parecen desertar de las esferas. Todavía hay vida entre la hierba, pero su refulgencia apenas se adivina tras la capa pulida de este invertido verano austral.

jueves, 12 de enero de 2012

El Madrid de Joaquín Sabina. El de Paco Umbral...

Supongo que debe llegar un momento en el que todo habitante de Madrid alcanza un nuevo nivel de comprensión de las canciones de Sabina, de ese Madrid que nunca fue, y que sigue siendo. Esa urbe que es, a ratos Luces de bohemia, a ratos cornada con dos trayectorias, y en un tiempo anacrónico, pan de oro y monarquía, batalla en las colinas y pincho de tortilla.

Todavía hay algo de Sabina en los camareros de las cafeterías, en las baldosas de las aceras. Todavía hay algo de Gran Vía en la Gran Vía, y mucho de Paco Umbral en el aire. Al menos su gesto, y el talento que no se subasta, pero ya no hay guerra de diarios, ni capas que escondan el acero, ni honor en los poetas. Pero algo permanece, algo que es mucho todavía. Está el contraste, más evidente que el primer día.

Se murieron los cronistas, y los críticos. O nos morimos todos. ¿Quién sabe? Pero es como si no hubiera el mismo oxígeno. Hay la misma cantidad, pero no es el mismo. Es como comparar el cangrejo americano con el cangrejo del país. Está casi todo, pero algo no encaja, como si fuera falso. Sin embargo, a ratos Madrid viaja en el tiempo y se limpia el pelo de neo-liberales y silencio. Y el Penta se parece a lo que podríamos esperar del Penta (solo a veces), y hay menos gastrobares y más tabernas.

Hay algo, como una alegoría. Una imagen espectral de lo que fue, de lo que pudo haber sido. Por sus calles vaga el fantasma de un Sabina ochentero, y la efigie de Umbral. El holograma permanece. Están barriendo las calles, pero permanece. No sé si alguna vez fue, pero hoy existe, y el tiempo es relativo, no lineal.

En el Madrid de Orwell todavía hay sitio para los malditos, allí donde los mendigos son ilegales todavía se adivina un camino de baldosas amarillas que sale del kilómetro 0. A ratos, todo es gris y raro, incluso más que en los tiempos locos del Almodovar travestido y los conjuntos musicales trascendentes. Madrid es una ciudad desintoxicada, una ex-yonqui que le daba a la bebida y ahora está más limpia, más bella y aburrida. El viento sopló y cambió la heroína por farlopa. Los trajeados tapean tortilla y cocaína en un tres tenedores, y cuando rompe el alba, no se oye nada en una calle que se va llenando de gente. Gente en la cola del bus, gente en la entrada del metro, uno que fuma en la puerta del bar. Una ambulancia pasa a toda velocidad y alguien dice: "¿qué adelantas sabiendo mi nombre? Cada noche tengo uno distinto"...

miércoles, 11 de enero de 2012

Ciudad Noire

Afectado por la tristeza estática y perdurable de los carteles viejos. Recordando la ilusión temprana del olor a nuevo. La pura nostalgia del holograma superpuesto. Aroma de letreros de tiendas y comercios que un día cerraron sus puertas para no volver a abrir jamás. Se yerguen como fantasmas, con sus escaparates a medio camino entre el cristal y la madera, como naturalezas muertas de otro tiempo, estáticos, permanentes, atrapados en el vórtice de minutos y segundos que rodea a unas letras raídas, a un cartel de neón que parpadea amenazando con apagarse, a un viejo y anacrónico mural descolorido por el tiempo, la lluvia y las nevadas. Son días de cables pelados y polvo suspendido. A las candilejas de los cines les salen caries. Lugares vacíos que un día tuvieron dientes luminosos. Es la victoria de los callejones sórdidos que desembocan en verjas de alambre, de los cubos de basura metálicos de las películas americanas. Justamente ahora que ya nadie lleva sombrero de ala ancha y fumar perjudica seriamente la salud…


© Ángel Codón Ramos, 2012