domingo, 5 de febrero de 2012

Superdetective en Hollywood



Este post está dedicado a Urdangarín y Paco Camps, por ser ellos mismos.

Qué bien nos vendría Axel Foley, el policía de Detroit al que daba vida Eddie Murphy en la saga ochentena, viendo cómo están las cosas. Políticos/asesinos y corruptos por todas partes, lo mismo en el norte que en el sur, oscuras tramas de intereses más ocultos todavía que nos hacen rogar al cielo para que nos envíe a los G.I.Joe a aligerar un poco las cosas.

Por cierto, los de Los Ángeles son angelinos, los de Nueva York son neoyorquinos, pero, ¿cómo coño se les dice a los de Detroit? ¿Detroinos? ¿Detroitanos? ¿Y a los de Chicago? A nadie parece importarle, pero a mí hay veces que me quita el sueño. Debo ser tonto, y lo que no soy es listo.

Debo ser tonto, porque cuando veo los telediarios me parece estar viendo una película, unas cuantas, que se repiten. Me parece ver una bélica, otro día una comedia, otro día creo que es una gore, una de serie B… Parece que pedir al cielo que nos envíe un héroe es como sembrar en el desierto.
Axel mola, porque lleva una cazadora muy chula, un bigote molón, y hace chistes grandiosos en los momentos más oportunos. Además lleva pistola, y zapatillas de deporte. Y es negro, negro de los 80. Ahora los negros americanos son lo más normal del mundo, pero en los 80 molaban un montón. Por alguna razón, para que un afroamericano pudiera llevar una pistola, una placa, y matar a algún blanco (eran malos, pero blancos) en los 80, tenía que hacer chistes. Los blancos podían ir de duros, secos y misteriosos, hombres torturados que bebían whisky sobre interminables solos de saxofón. Afortunadamente para Denzel Washington (y para los amantes del porno americano), las cosas cambiaron…
Eddie Murphy es uno de los grandes íconos de mi niñez. El príncipe de Zamunda, Superdetective en Hollywood, El chico de oro… Siempre salvaba la situación con un chiste. Terminaba con los malos física y mentalmente. Les vencía dos veces, al pararles los pies y al burlarse de ellos. Y Twitter jugó a matarlo ayer mismo. Sí, lo daban por muerto. Así se las gasta la red, no perdonan ni una siesta larga.
Pero las burlas ahora son para nosotros. Para todos. Se nos ríen en la cara. Se ríen los jueces, los medios, los políticos, los empresarios, los sindicatos, los patrones y los obreros. Todos se ríen como si supieran algo. Como si solo ellos lo supieran. Pero todos lo sabemos. Conocemos el juego. Nos sabemos el final del chiste. Y llegado el momento, más vale que venga Chiquito de la Calzada a contarlo, porque con él lo que importa no es el chiste, sino la manera de contarlo.
Mientras los trepas y los miserables ensayan ante el espejo un “te das cuen”, imagino que Axel Foley se deja caer por el mundo real. Pero este mundo podría con él, mataría su espíritu, le quitaría las ganas de hacer chistes. Axel Foley se tomaría una baja por depresión y empezaría a beber. Tiraría a la basura la placa de policía que le regaló Sidney Poitier, y se pegaría un tiro en la sien al despuntar el alba. ¡Hijos de puta, han matado a Foley! Y es que esta vida cada vez se parece más a South Park, pero en malo…

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