viernes, 13 de abril de 2012

Aquella mañana de abril (26 años del desastre de Chernóbil)

El año pasado escribí las siguientes líneas sobre aquellos tres voluntarios que se sacrificaron conscientemente para vaciar las piscinas reactivas de la central de Chernóbil (Chernobyl), salvando así a la humanidad de un invierno nuclear:


Aquella mañana de abril (a los héroes de Chernobyl)

Aquella mañana,
era una mañana de abril,
apuraron el vodka los tres.
No faltaron pasos adelante,
pero tres eran suficientes
para el mar de plástico.
A la hora de la muerte
ya caminaban por el vientre
de plomo fundido,
entre los últimos días de Pompeya.
Antes de entrar
ya estaban muertos.
Cada respiración asistida
acercaba el residuo,
residuo de bala de plata
que mata al lobo y al hombre.
En el desierto férrico,
la distopia se desmelenaba,
y los tres,
sin rostro,
como relojeros entre ruedas dentadas,
revivían un mundo Lázaro,
un cuerpo agonizante y fluorescente,
y oxidado.
Eran tres,
pero eran muchos,
pues eran todos,
y con botas de goma
se inmolaron,
pecho abierto hacia el ocaso.
Hijos de la mitología de un dios menor,
héroes casi griegos y sin nombre
en la soviética estepa libertaria.
Solo eran tres,
y ni los cuervos se reían a su paso,
hasta la muerte sufrió un nudo en la garganta,
pues vio al hijo del hombre hacerse inmenso,
titánico a la hora del silencio.
Y silencio sobraba,
silencio de incoherencia atronadora
para tres hombres con piel de astronauta.
Aquella mañana,
era una mañana de abril,
apuraron el vodka los tres.
No faltaron pasos adelante,
pero tres eran suficientes
para el cielo de ceniza de plutonio.

©Ángel Codón Ramos, 2011, 2012

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