jueves, 12 de enero de 2012

El Madrid de Joaquín Sabina. El de Paco Umbral...

Supongo que debe llegar un momento en el que todo habitante de Madrid alcanza un nuevo nivel de comprensión de las canciones de Sabina, de ese Madrid que nunca fue, y que sigue siendo. Esa urbe que es, a ratos Luces de bohemia, a ratos cornada con dos trayectorias, y en un tiempo anacrónico, pan de oro y monarquía, batalla en las colinas y pincho de tortilla.

Todavía hay algo de Sabina en los camareros de las cafeterías, en las baldosas de las aceras. Todavía hay algo de Gran Vía en la Gran Vía, y mucho de Paco Umbral en el aire. Al menos su gesto, y el talento que no se subasta, pero ya no hay guerra de diarios, ni capas que escondan el acero, ni honor en los poetas. Pero algo permanece, algo que es mucho todavía. Está el contraste, más evidente que el primer día.

Se murieron los cronistas, y los críticos. O nos morimos todos. ¿Quién sabe? Pero es como si no hubiera el mismo oxígeno. Hay la misma cantidad, pero no es el mismo. Es como comparar el cangrejo americano con el cangrejo del país. Está casi todo, pero algo no encaja, como si fuera falso. Sin embargo, a ratos Madrid viaja en el tiempo y se limpia el pelo de neo-liberales y silencio. Y el Penta se parece a lo que podríamos esperar del Penta (solo a veces), y hay menos gastrobares y más tabernas.

Hay algo, como una alegoría. Una imagen espectral de lo que fue, de lo que pudo haber sido. Por sus calles vaga el fantasma de un Sabina ochentero, y la efigie de Umbral. El holograma permanece. Están barriendo las calles, pero permanece. No sé si alguna vez fue, pero hoy existe, y el tiempo es relativo, no lineal.

En el Madrid de Orwell todavía hay sitio para los malditos, allí donde los mendigos son ilegales todavía se adivina un camino de baldosas amarillas que sale del kilómetro 0. A ratos, todo es gris y raro, incluso más que en los tiempos locos del Almodovar travestido y los conjuntos musicales trascendentes. Madrid es una ciudad desintoxicada, una ex-yonqui que le daba a la bebida y ahora está más limpia, más bella y aburrida. El viento sopló y cambió la heroína por farlopa. Los trajeados tapean tortilla y cocaína en un tres tenedores, y cuando rompe el alba, no se oye nada en una calle que se va llenando de gente. Gente en la cola del bus, gente en la entrada del metro, uno que fuma en la puerta del bar. Una ambulancia pasa a toda velocidad y alguien dice: "¿qué adelantas sabiendo mi nombre? Cada noche tengo uno distinto"...

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